Nena, estás encerrada en una desesperación deseada; y, adivina... Tienes la llave de la salida.
No te aferres, no quieras aferrarte más de lo que ya estás sujeta. Deja ir esa ausencia que ya de por si es ausencia.
No quieras exagerar lo que ya es algo grave.
No le digas, no le digas que le extrañas.
No le digas que le necesitas.
No le digas que cada día tienes la remota esperanza de pasar por su casa y verle fumando en el frente.
No le digas que estás desesperada.
No le digas que los días se te están pasando eternamente...
No le digas que no sabes cómo demonios harás los próximos meses.
No le digas absolutamente nada; no lo trabes, no lo estanques, no lo hagas agonizar, por amor a su amor. Querida, tú ya pasaste por ese viaje, ya sentiste la sensación de impotencia... Pues bien, sabrás que él estará aún más hundido que tú. Pues lo tuyo fue por elección, al menos, aunque luego te arrepintieras, y luego aprendieras a vivir con ello, lejos de todo. En cambio él, él no eligió, querida, él te elije a ti. Así que considera su encierro, ese encierro que sí es encierro, ese terrible sentir de desesperación. No quieras sentir lo que él, porque no lo conseguirás.
Tú quédate como estás, extrañándolo de momentos, anhelándolo cada noche, pensándolo cada mañana, queriendo fumar con él en los atardeceres, y queriendo estar las madrugadas de los fines de semanas junto a él viendo cualquier maratón en la tv, quédate rompiéndote los labios imaginando que son los de él, y encerrándote en tu habitación queriendo ser asfixiada por sus abrazos.
Y cuando en serio lo sientas, cuando esos momentos de suma ansiedad se te acerquen;
no le digas...
porque tú ya pasaste por ese rol de ser el ausente, y aunque quien sufre más no es quien está en lo correcto, considera que tú tienes el poder de ser fría, aunque te rompas por dentro; en cambio él no. Así que no lo rompas con tu dolor, no lo quiebres. Simplemente no le digas.